Desde muy pequeña sentí la curiosidad de conocer otros países, otros lugares, otros rostros. Recuerdo estar sentada por horas mirando un libro sobre los diferentes países del mundo, aprendiendo cada bandera, capital y características de los más distantes países. Recuerdo siempre soñar con viajar a esos lugares, desde mucho antes de pensar en qué iba a ser de mi vida.
Debe haber algo en los genes (¡Lo encontré! googlea gen DRD4), viniendo de una familia de inmigrantes que cruzaron el océano para probar suerte en otras tierras, siempre he sentido la necesidad de ver qué hay más allá de la Cordillera de los Andes.
Recuerdo estar en el colegio y admirar a aquellas amigas que viajaban de vacaciones a destinos lejanos (en aquella época lo más lejano de lo que escuchaba probablemente era Disneyworld) y siempre lo vi muy lejano para mí, con mi familia viajábamos dentro del país….a mi querido sur. Cada verano (y algunos inviernos) desde que tenía 1 año de edad recorríamos horas juntos en auto para llegar al destino tan anhelado durante el año: la casa de los abuelos, lugar lleno de amor, amistades, alegrías y comida…mucha comida.
Con los años empecé a trabajar en pequeñas cosas desde chica, con lo que los ahorros los fui gastando en lo que más me gustaba: viajar. Comenzaron tímidos viajes dentro del país con amigos, acampando, haciendo dedo por carreteras y caminos muchas veces recorridos durante los años siguientes, caminando horas bajo la lluvia o al sol (cosa que ya no siento tan agradable de hacer).
Fue, probablemente después de mi primer viaje a Europa que me di cuenta de era posible, que viajar por el mundo no era algo imposible, y luego de aquella magnífica experiencia empecé a viajar por sudamérica….y a la vez me di cuenta de que una mujer puede viajar sola por sudamérica…y por el mundo! A pesar de lo que todos decían seguí conociendo y viajando a destinos que guardo muy profundo en mi corazón, conociendo la bondad y amabilidad del ser humano, y recibiendo ayuda en los lugares menos pensados.
Junto con ello conocí las redes de intercambio de alojamiento (hospitality club y couchsurfing) con las cuales he viajado y recibido viajeros en mi hogar innumerables veces, ha sido sin duda una de las más valiosas experiencias de mi vida. Cuando a ratos pierdo la fe en el ser humano y su bondad aparecen seres hermosos en la vida que iluminan y dejan atrás esa idea de que el ser humano es malo e incapaz de compartir amor que ronda a veces mi mente.
No viajo para escapar de nada, amo mi familia, mis amigos, mi país.
Tal vez viajo para confirmar que la gente es bella, que no todos son egoístas e individualistas, que a pesar de todo aún puedo confiar en algunas personas y no todos mienten constantemente, para dejar atrás una idea pesimista que tengo a ratos sobre el ser humano.
Viajo también para encontrarme a mí misma. Es estando en la ruta cuando te ves forzada a enfrentarte a ti misma, a tu realidad, a tus miedos, a tus gustos, tus valores, tus errores, a lo que realmente eres y es en esa búsqueda en la que aún me encuentro, hay muchas cosas que aún con mis 33 años no conozco o no enfrento de mí y es ahora, en India, absolutamente fuera de mi zona de confort, estoy buscando algo que siento he dejado de lado, que son mis sueños y espero volver a encontrarlos en el momento que sea adecuado.
Me gusta tanto dormir en una carpa bajo las estrellas como en un hotel cinco estrellas. Me gusta tanto comer pasta en el restaurant más elegante de una ciudad como comer en la calle. Me gusta la aventura. Me gusta la adrenalina de vivir la vida en un lugar desconocido, con un idioma desconocido, donde eres un descocido.
Soy yo cuando me muevo, cuando viajo, cuando duermo en lugares diferentes, pruebo comidas diferentes. Me siento viva y me siento yo misma.
Si ésta es tu primera vez en el Blog, puedes comenzar aquí y tener una idea de cómo comenzó y cómo se organiza